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sábado, 27 de febrero de 2010

ALESIA, novela histórica epistolar

Roma 707 a.u.c. (47 a.d.C.)

Señor Vercingetórix, jefe de cien jefes:

Soy Sosígenes, humilde servidor de la divina reina de Egipto, Cleopatra VII, la nueva Isis.

He sabido por mi señora de vuestra relación epistolar y debo instaros, con la mayor firmeza, que renunciéis a ello.

No debéis tomarlo a afrenta, tampoco es menosprecio por vuestra penosa situación actual, pero habéis de comprender que la posición de la reina Cleopatra en Roma, sin ser precaria, no permite ciertas..., ¿cómo expresarlo?, actuaciones.

Señor, habéis osado enfrentaros a César, en justa lid si mucho me apuráis, resultando derrotado, y sin ser ese vuestro mayor delito os ha conducido al cautiverio y probablemente a horrenda muerte en publica vergüenza. Estimo que tal final debe ser aborrecible por vuestro talante, costumbres y creencias, que final mas deseable que una muerte honrosa en singular combate para un guerrero. No me son extrañas las tradiciones celtas de ahí que comprenda vuestro intento, pero creedme tan solo un grave perjuicio para mi señora, conllevaría la mínima intercesión por vos, y no a causa del carácter vengativo o mezquino de César, son sus enemigos, poderosos personajes que desde la sombra conspiran, gastan caudales y trabajan en pro de la desgracia de César y por ende y sin saberlo de Roma misma.

Nada agradaría mas a esos individuos que poder demostrar con pruebas documentales una relación entre mi señora y los enemigos de Roma, como vos mismo; no os lo toméis a mal, no es una acusación, tan solo un hecho; para desacreditar a César ante el pueblo.

Con todo mi respeto.

Sosígenes, servidor de la nueva Isis.

viernes, 19 de febrero de 2010

ALESIA, novela histórica epistolar

Roma 702 a.u.c (52 a.d.C.)

Querido colega Cayo Julio:

La situación en Roma ha degenerado hasta limites insospechados, tu presencia se hace del todo punto necesaria. El asesinato de Clodio, a manos de Milón ha exacerbado los ánimos hasta obligarme a sacar las tropas a la calle. Los tribunos del Pueblo han aprovechado el revuelo y la indignación popular causados por tan vil asesinato y han solicitado se me otorgue la "dictadura". Se hace menester acabar con el actual orden de cosas, bueno mas apropiado sería decir “desorden”.

La muchedumbre ha conducido el cadáver ensangrentado de Clodio hasta la misma Curia y tras honrarle han usado el propio edificio, “ciudadela de la perfidia aristocrática” he oído que la denominaban, como pira. Ya sabes cuan apreciado era por el populacho, imagina la vehemencia de los discursos, el desamparo de las masas, ¿quien cuidará de la plebe, quien emancipará a los esclavos?

Luego han intentado sitiar la mansión de Milón, pero su guardia de gladiadores, la misma que suele utilizar para amedrentar a nuestros partidarios y gentes de bien, han rechazado a los amotinados a flechazos, causando numerosos heridos y según creo algún muerto.

De allí fueron a casa de Marco Lépido, director de las elecciones, quien de acuerdo a la Ley se ha negado a abrir de nuevo los comicios.

Es en tales circunstancias y para evitar males mayores, que he acudido al Senado al frente de mis tropas. En bien de la comunidad debíamos poner fin al estado de anarquía en que se halla sumida la capital.

El Senado, dado lo irregular del nombramiento de dictador, me ha otorgado el título de "cónsul sin colega".

Quedo a tu disposición para servirte en lo que necesites o gustes mandar y de nuevo te insto a regresar para poder presentarte a las nuevas elecciones en cuanto te sea posible. Según la nueva ley, no se conferirá el cargo de cónsul o pretor a los salientes. Tan solo tendrán derecho a ser elegidos los magistrados que lleven un mínimo de cinco años sin ejercer funciones. Y las funciones terminan en cuanto expire el plazo legal del mandato, sin que ninguna circunstancia prive de nombrar y enviar a los nuevos magistrados.

Tu amigo y compañero Pompeyo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

ALESIA, novela histórica epistolar

Cárcel Mamertina, Roma, 707 a.u.c. (47 a.d.C.)

A mi señora Arsínoe IV, reina de Egipto:

Señora, no era ni intención molestaros, fue error del mensajero el confundiros con vuestra hermana Cleopatra.

Tenéis razón, un guerrero debe entregar su vida en el campo de batalla y no en yermo presidio. No anhelo otra cosa. De ahí que vea con buenos ojos vuestra incitación a la fuga.

Aunque aislado del mundo en el lóbrego agujero en que me han arrojado, supe del fin del último intento de rebelión llevado a cabo por mis mejores lugartenientes: Drapeto y Lucterio.

Tras el fracaso, la severa derrota en Alesia, la desbandada ocupó la vez a la resistencia a ultranza que yo hubiese deseado. Me entregué al romano a cuenta del favor para con mis hermanos, pero la falsa clemencia de César me engañó. Si, si, perdonó a mi pueblo y a los traidores eduos, por conveniencias políticas. La revuelta dirigida precisamente contra la oligarquía aliada con el invasor vuelve a gobernar en mi nación.

Esos bravos reunieron a los últimos galos libres en la fortaleza de Uxelodunum, un nido de águila de inexpugnable asedio. Claro que también eran inexpugnables Avarico, Gergovia o Alesia, me diréis...

Abandonados por todos, con no pocas dificultades consiguieron aprovisionarse y resistir, hasta que llegó César.

Como en Avarico, como en Alesia, como siempre, no fue la espada lo que derrotó a mi gente, fue el zapapico. Horadaron la montaña, construyeron una galería, una especie de túnel de mina, para cortar la provisión de agua de la única fuente que suministraba la ciudadela.

Mis bravos resistieron hasta el asalto final. Drapeto cayó prisionero y aunque Lucterio logró huir y llegar a Auvernia fue apresado por los oligarcas, temerosos de las represalias del romano, y entregado a éste. Ambos fueron decapitados. El resto de combatientes los dejaron marchar a sus hogares, privados de su mano derecha, mutilados.

Esa muestra de brutalidad y ponzoñosa venganza pesó y pesará sin duda en el ánimo de todas las gentes de la Galia. No hay familia que no cuente con un mutilado, tullido o muerto entre sus parientes y pueblos enteros han sido exterminados por el romano. Dudo mucho que sea posible levantar ningún ejército en la Galia, ni siquiera en tan aciagos días para Roma.

Vercingetórix, el último de los arvernos libres.

lunes, 1 de febrero de 2010

ALESIA, novela histórica epistolar

Roma 707 a.u.c. (47 a.d.C.)

Señor Vercingetórix, rey de los galos libres:

Recibo con notable agrado y consternación vuestra misiva. Agrado por el honor de merecer vuestra consideración en horas tan amargas y consternación pues no acierto a comprender que esperáis de mí.

Señor, majestad, ignoro el tratamiento que debo otorgaros, pues aunque cautivo seguís siendo rey. Un rey es un rey, en el trono, el exilio o la derrota. La majestad se lleva en la sangre de las venas, por mucho que estos romanos, nuestros actuales "señores", abominen de tal valor y les repugne la Monarquía.

Parecéis confuso, ¿qué es exactamente lo que esperáis de mí o pretendéis obtener de César? ¿Perdón?, pero no habéis sido condenado por delito alguno. ¿Acaso clemencia?, mi escaso y breve conocimiento de vuestra raza me llevan a pensar que no es esa vuestra pretensión, ¿qué entonces?

En cualquier caso no os conviene perder el tiempo con perversas relaciones que a nada conducen. Un lagarto del Nilo tiene mas nobleza que Arsínoe, y sin duda vuestra carta ha llegado a sus manos merced a los enemigos de César, le odian a él tanto como a mí.

Ignoro los cauces de que os habéis valido, conozco la terrible fama de la cárcel Mamertina, para hacerme llegar la vuestra, yo he confiado esta que obra en vuestras manos a un servidor de Calpurnia, si, la esposa de César es amiga mía, en contra de lo que pueda parecer. Tan noble dama ama a su esposo y ve con buenos ojos cualquier cosa, deseo o persona que atienda a la felicidad de tan afanado prohombre. No puede decirse lo mismo de Servilia, ese ser rasposo, egocéntrico, malvado y pegajoso, con quien César mantiene una absurda relación, incomprensible a menos que sea por molestar y ofender al hosco y tosco hermanastro de esa mujer, Catón.

Dudo mucho que contéis con amigos en Roma, entendedme, no porque no seáis acreedor a ello, sino porque en esta ciudad reniegan del caído en desgracia como de leproso infecto.

Muchos son los enemigos de César y si no tuvierais que tomarlo a mal, os diría que todos ellos, los mas peligrosos, están aquí en Roma, me refiero al partido de los Optimates, aunque esté de moda hacerse el "emigrado", esos recalcitrantes republicanos, vos mismo los citáis en la vuestra conducirá al mas preclaro hijo de Roma a la tumba.

Trataré de informaros acerca de la situación política en Roma y la actual guerra civil que la desangra, por si os fuera de utilidad.

César, de momento no es rey en el sentido que vos o yo podamos entender, aunque hoy por hoy ejerce todo el poder sin sombra de duda. Existe la figura del Senado y al igual que entre tu raza los arvernos, los senadores son los oligarcas, en su mayoría pertenecen al partido de los Optimates, aunque muchos no son "nobilitas", la nobleza romana, pues se requiere descender de antepasado que hayan desempeñado magistraturas curules o el consulado.

También existe y en ocasiones enfrentados a ellos el Ordo Ecuestre, son los caballeros, comerciantes, financieros, tratantes, han accedido a la aristocracia merced a sus caudales. Existe cierta rivalidad entre senadores y caballeros por el acaparamiento de honores y prebendas, pero la mas de las veces sus intereses coinciden. No así sucede con el partido de los Populares, representados por el tribuno de la Plebe. Estos que deberían representar los intereses del pueblo, se hallan divididos entre Plebe Rustica, con grandes intereses en el reparto de las tierras del Estado y Plebe Urbana, mas motivados o inclinados a controlar el reparto del trigo barato.

Los Optimates, preconizan el respeto por las prerrogativas del Senado y sus príncipes, amparados en la tradición y las leyes ancestrales. Por lo tanto tienden a ser mas conservadores en la política exterior.

Los Populares, defienden los derechos jurídicos y políticos del pueblo y apoyan una política exterior agresiva de conquista, buscando la obtención de tierras.

Pompeyo aunque elegido cónsul, desde muy joven, por aclamación de la plebe como líder de los Populares, con el tiempo ha derivado hacia el pesebre de los Optimates y César, su tío Mario ya fue jefe popular en la última guerra civil contra Sila, encabeza las pretensiones de estos.

Las leyes las redactan dos cónsules o magistrados elegidos anualmente entre los ciudadanos romanos inscritos en el Censo. Los cónsules son asistidos por cuestores y pretores ocupados en el día a día. Dichas leyes deben ser aprobadas por el Senado y la Asamblea del Pueblo, estas leyes pueden ser vetadas por el Tribuno del Pueblo si perjudican los intereses del pueblo bajo.

Y para corromper todo este embrollo llega el oro de las Galias, cual lluvia obscena e impetuosa, arrastra voluntades y compra lealtades. Desde que César, Craso y Pompeyo organizaron el triunvirato, hace algunos años comenzaron a tomar decisiones, dictar leyes, fundaron colonias, otorgaron la ciudadanía romana, etc. Sin contar con el Senado, cuya mayoría estaba comprada y corrompida por el oro y el poder de los triunviros. Tan solo una minoría, liderada por Catón, se opone a dicho poder, aunque esa oposición, por tolerada, carecía de valor hasta que atrajeron a su bando a Pompeyo.

En cierto modo, tenéis razón, muchas son las cosas que tenemos en común y una de ellas es nuestro cautiverio, si pues aunque la jaula sea de oro, no por ello deja de ser una jaula y las mas de las veces suena a escarnio y mueve a mofa cuando mis siervos me tratan de divina majestad.

Ante la duda de cómo mejor puedo serviros, he dispuesto os faciliten provisión de abrigo y alimento, que imagino mas bien ralo en dicha cárcel.

Lejos de ser causa de hastío, los pormenores de vuestra derrota me interesan sobremanera. Entra en lo posible que Egipto deba cruzar las armas, en días venideros, con Roma, de ahí que resultaría de notable interés para mí, como reina de Egipto, conocer cuantos detalles precisos sea posible sobre los ejércitos de Roma: tácticas, estrategia, etc. Conocer dónde reside el secreto de su poder, de su victoria, ¿en las armas, la táctica, sus generales, acaso en el genio de César?

Hemos asistido a numerosas representaciones, sobre el tablero, de la reciente batalla de Farsalia, los mejores estrategas de Egipto y Grecia la han estudiado, desarrollado y comentado para mí. En dicha batalla, acaecida hace dos años, se enfrentaron generales de la talla de Pompeyo y César. Venció el padre de mi hijo aún con la mitad de efectivos. Pero lo que llama la atención es que en dicha batalla lucharon romanos contra romanos, igual táctica, mismas armas y en vez de aniquilarse mutuamente, uno de los contendientes venció y el otro huyó disfrazado de buhonero.

Tibio consuelo para el tedio de las noches en Roma, he leído los Comentarios de César a vuestra guerra. No os trata mal, sin duda cuanto mayor es el valor del derrotado tanto mas es el mérito del vencedor.

Os diré, para animaros, que he puesto vuestro asunto en manos del eficiente Sosígenes, genial astrónomo griego, hombre de mi confianza y leal servidor próximo a César, pues no en vano ayuda a Roma a reformar y establecer un nuevo calendario. Dada vuestra alarmante situación el único método de mover a César a la clemencia es con meditadas razones, mas que con mojigatas pamplinas, de tan elevado hombre de estado nada obtendremos en el lecho y si con un razonable discurso.

Cleopatra VII, la nueva Isis.