En el año 218 antes de Cristo llega a Cartago
Nova, al mando de un poderoso ejército, Aníbal Barca. Cruza el Ebro, los
Pirineos, el Ródano, los Alpes, se enfrenta y vence a los romanos en Tessino,
Trebia, Trasimeno y Cannas y sin embargo, y durante más de quince años de
estancia en la península italiana, no ataca Roma ni una sola vez, a pesar de tenerla
a su merced en varias ocasiones.
Numerosas son las interpretaciones que nos da la Historia y variadas las
opiniones de los historiadores: que si sucumbió a las delicias de Capua, que si
carecía de máquinas de asedio, etc.
En mi novela ofrezco la explicación definitiva y quién sabe si por
descabellada, acertada: Aníbal acudió a Italia para liberar el corazón de
Dido, la fundadora de Cartago, del Averno. Solo así conseguiría el triunfo
definitivo sobre su eterno rival: Roma.
No olvidemos que Dido estuvo enamorada de Eneas, héroe troyano antepasado de
los fundadores de Roma.
Aníbal intentó sin éxito conquistar la pequeña ciudad de Cumas. ¿Y qué había
allí que pudiera interesarle? Para empezar era la sede de la afamada sibila de
Cumas y esta recibía a los consultantes a orillas del lago Averno, (del griego
Aornos, sin pájaros) de origen volcánico cuyas emanaciones sulfurosas impiden
la vida de las aves. En la antigüedad se pensó que aquella era la entrada al
reino de los Infiernos. Y por ahí se adentra Aníbal, solo si libera el corazón
de Dido, la fundadora de su pueblo, lograra la supremacía sobre Roma.
Vistos en su conjunto, estos hechos que forman parte de la II Guerra Púnica,
bien puede considerarse como una Guerra Mundial para la época. Así lo vemos en
la documentada descripción de las principales batallas: Sagunto, Tessino,
Trebia, Trasimeno, Cannas, Metauro y Zama, y en las campañas de los
Escipiones en la Península Ibérica.
A diferencia de otras novelas, el relato de lo acaecido lo se hace desde el punto
de vista de los hombres (guerreros iberos en su mayoría) que acompañaban a
Aníbal. Los mercenarios anónimos que ganaron las batallas, vadearon los ríos y
cruzaron las montañas.