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sábado, 12 de diciembre de 2009

ALESIA, novela histórica epistolar

Alesia, es una novela histórica con vocación epistolar. El intercambio de cartas entre los protagonistas, no tanto de la novela como de la historia que se cuenta marcan la pauta de la acción.
Todas las cartas llevan la fecha romana: ad urbe condita, esto es desde la fundación de Roma y la fecha correspondiente a nuestra era, para un mejor seguimiento del lector de la trama de la novela.

África, 708 a.u.c. (46 a.d.C)

¡¡Victoria padre, victoria!!

¡Hemos vencido, vencido sin lugar a la mínima duda y ahora el elefante, la temida bestia, es nuestra divisa!

El imposible silencio del aire, roto por los graznidos de cuervos, buitres y urracas atraídos por la pestilencia desprendida de los miles de cadáveres enemigos yacentes, en el campo de batalla, da fe de ello. Nosotros apenas hemos sufrido un centenar de bajas. El genio de César, y el loco arrojo de sus legionarios, han obtenido una nueva victoria. Digo bien "loco" pues tras el amotinamiento de los veteranos nada parecía pronosticar esta victoria.

En tierras africanas se reunieron todos los fugitivos de las diferentes campañas, íbamos a comprobar hasta que punto es funesta la malhadada costumbre de César de perdonar a los enemigos vencidos. Escapados de Farsalia, Dirrachium, Corfú, del Peloponeso, incluso de Hispania, aquí se han encontrado y disputado el mando, Metelo Escipión, los dos hijos de Pompeyo, Catón, Labieno, Afranio, Petreyo, Octavio y otros. Entre todos y reclutando a viva fuerza cuantos brazos han conseguido, han reunido catorce legiones de infantería pesada. No menos de mil seiscientos jinetes bien armados han venido con Labieno, ese viejo traidor rencoroso. Una muchedumbre inmensa aportada por el rey mauritano de númidas montados en caballos sin freno y apenas armados con una lanza además de un numeroso enjambre de flecheros a pie. Además de los ciento veinte elefantes que siempre van con el rey Juba.

Contra esa fuerza, César cuenta con tres legiones recién formadas de bisoños y las seis de veteranos amotinadas, aunque tan solo han combatido mi legión la V, la IX, la X y la XIV. Creo que no me olvido de ninguna.

A causa del mal tiempo, la escasez de barcos y el acoso de la escuadra enemiga, no en vano sus cincuenta galeras de guerra nos impiden un tráfico fluido entre Italia y África. Al principio de la campaña César se halló en territorio enemigo con las legiones de reclutas apenas con el entreno a medias y sin experiencia en combate y a punto estuvo de reembarcar para intentarlo con mejores avíos.

Falto de trigo, los campos sin cultivar, debió internarse en el país para procurarse alimento, incluso le ha faltado forraje para las acémilas. Labieno, con la caballería acosó a César y sus legiones de reclutas, por poco las dispersa, por fortuna consiguieron refugiarse y hacerse fuertes en la ciudad de Ruspina. Poco faltó para que aquella expedición no se convirtiera en otra Carrhae.

Nada podía hacer sino aguardar nuestra llegada, los veteranos, entretenidos en suelo italiano por lo que ya te he contado padre

César siempre hábil, se supo ganar el afecto y la confianza de los gétulos y otros pueblos oprimidos por el tiránico Juba, como el rey Bogud y atacaron su reino desde el Sur y el Oeste, obligándole a retirar parte de su ejército.

Desde que desembarcamos en las costas de África, estuvimos buscando llegar a las manos con el enemigo, si bien es verdad que en alguna ocasión estuvimos en inferioridad de condiciones, ¡incluso en el mismo momento de entrar en batalla!, en ningún instante dudamos de nuestro éxito.

Habíamos pasado dos meses preocupados por la falta de suministros, la falta de refuerzos, y la esquiva actuación del enemigo remiso a presentar batalla campal. Una situación vivida innumerables ocasiones en la lejana Galia.

Por fortuna ese tiempo fue bien empleado por los reclutas, las continuas escaramuzas con el enemigo, sus persistentes ataques de caballería nos obligó a cubrir los flancos con continuas líneas de trincheras y a no abandonar las alturas, pero el fogueo recibido y la sabía dirección de nuestro general, ha transformado a las nuevas legiones en validas y fiables unidades militares, pronto tendrán ocasión de mostrar su valía.

Al fin llegamos los refuerzos, tres legiones de veteranos y suministros, armas y vituallas que sin ser excesivos nos permitían un cierto margen de maniobra. Nos preocupaba la presencia de elefantes en las filas enemigas. Al fin iba a vérmelas con tan temibles adversarios. ¿Recuerdas lo que me contaste de aquel antiguo púnico, Aníbal Barca...?

El pérfido rey Juba de Mauritania apoyó desde el primer momento a la facción pompeyana y aún desde lejos los bramidos de esas fieras agobiaban nuestros corazones. Nuestra legión fue adiestrada para hacer frente a los paquidermos, debíamos neutralizar su acción y reducir al máximo el daño que pudieran causar en nuestras filas. Ansiosos, expectantes, con devoción escuchamos las palabras, los deseos, ordenes para nosotros, de César:

-¡Legionarios!, me consta que podéis ser mas despiadados que esas bestias, que no os asuste su desmesura, ni sus bramidos, ni los arqueros que los gobiernan. Ya antes, Pirro y luego Aníbal, intentaron sin éxito sojuzgar a Roma con esas bestias y acabaron sirviendo de diversión en el circo. Vosotros mis alondras no vais a ser menos, estoy seguro de ello. Luchad con valor y venceréis.

Tras unas pocas jornadas de marcha arribamos a las inmediaciones de la ciudad de Thapsus, guarnecida por una numerosa guarnición enemiga. A las noticias de nuestra presencia Metelo Escipión, el suegro de Pompeyo, envió numerosos refuerzos en la creencia que íbamos a asediar la ciudadela. Entre los refuerzos y la guarnición nos superaban de tres a uno, pero el combatir en inferioridad de condiciones siempre ha sido nuestro fuero.

Los feroces legionarios de la X formaron en el ala derecha, nosotros en la izquierda, César al frente con los reclutas, esa muestra de confianza sin duda les llenó de orgullo. Frente a nosotros el enemigo desplegó a lo largo de la costa dos largas filas, justo frente a nuestro campamento. Desde la ciudad, la guarnición se aprestaba a hacer una salida, pretendían pillarnos entre dos fuegos. De repente y sin atender a las ordenes, luego explicaron que a la vista de la improvisación del enemigo no pudieron contenerse, si pues precisamente gracias a su número, se permitieron el lujo de formar dos líneas en orden de combate frente a nosotros, mientras detrás una tercera se dedicaba a levantar las tiendas además, sus auxiliares estaban ocupados en las tareas de atrincherar los flancos. Nuestros propios soldados, veteranos hasta ese extremo obligaron a los cornetas a tocar la orden de asalto. Sorprendido el enemigo lanzó contra ellos los sesenta elefantes, lo que nos obligó a un rápido movimiento de apoyo, nuestra presencia se transformó en una lluvia de piedras y dardos contra tan enormes blancos, mientras atronábamos el mismo aire que respiraban las bestias batiendo nuestros escudos con jabalinas y escudos, de suerte que sin atender las ordenes y puyazos de sus jinetes, los que no cayeron heridos, retrocedieron sobre sus propias filas destrozando su propia ala izquierda, por ahí penetraron los hombres de la X, nadie en este mundo podía detener su ansia de matar. Desde luego ellos, todos nosotros, íbamos a remediar los problemas habidos con tanta indulgencia y así lo atestiguan los miles de cadáveres que ahora se pudren bajo el Sol africano. Muchos enemigos, sin duda presentes en Farsalia, arrojaban las armas y se rendían en la presunción de ser perdonados como en tantos encuentros, para luego volver a armarse y enfrentarnos en otro campo de batalla, vana ilusión, demasiadas tropelías contra los cesarianos, ¡cuantos prisioneros ejecutados!, demasiadas crueldades, demasiado vivo el recuerdo Bagradas.

Baste como muestra de la ferocidad desplegada; todos estamos ya hartos de esta guerra civil que no acaba nunca; que presos los generales Afranio y Fausto y llevados a presencia de César, ante el temor que fueran a ser perdonados y puestos en libertad, semejantes personajes culpables de las mayores atrocidades contra nuestros partidarios y de la muerte de muchos de nuestros camaradas, fueron arrebatados de las manos de la misma guardia de César y antes que éste pudiera dictar, los hemos descuartizado.

En cuanto a los hijos de Pompeyo y Labieno han conseguido huir. Catón tras contener a la soldadesca que pretendía incendiar Utica asesinando a toda la población, ha negociado la capitulación y se ha suicidado, eso no ha sido del agrado de César, pero que le vamos a hacer.

En cuanto al rey Juba, una de nuestras presas mas preciadas, he sabido que huyó hasta la capital de su reino, Zama, acompañado de Marco Petreyo, donde en previsión de una improbable derrota había levantado en la plaza principal una enorme pira que había de consumirle a él, sus tesoros, mujeres y a todos los habitantes. Como sea que sus súbditos no estaban dispuestos a seguirle en el sacrificio, tras escapar de la batalla halló las puertas de la ciudad cerradas. Visto lo cual y no sin proferir las peores amenazas contra los suyos, se retiró a una de sus muchas fincas de recreo, hizo que le sirvieran un espléndido banquete, el último, al termino del cual provocó a un duelo a Petreyo matándole, luego un esclavo acabó con la vida de rey Juba.

Confío que pronto estaremos de vuelta, todos deseamos la Licencia, cobrar nuestras merecidas recompensas y honrar a nuestro general en el no menos merecido Triunfo.

Recibe un fuerte abrazo de tu hijo, Marco.


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