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miércoles, 10 de febrero de 2010

ALESIA, novela histórica epistolar

Cárcel Mamertina, Roma, 707 a.u.c. (47 a.d.C.)

A mi señora Arsínoe IV, reina de Egipto:

Señora, no era ni intención molestaros, fue error del mensajero el confundiros con vuestra hermana Cleopatra.

Tenéis razón, un guerrero debe entregar su vida en el campo de batalla y no en yermo presidio. No anhelo otra cosa. De ahí que vea con buenos ojos vuestra incitación a la fuga.

Aunque aislado del mundo en el lóbrego agujero en que me han arrojado, supe del fin del último intento de rebelión llevado a cabo por mis mejores lugartenientes: Drapeto y Lucterio.

Tras el fracaso, la severa derrota en Alesia, la desbandada ocupó la vez a la resistencia a ultranza que yo hubiese deseado. Me entregué al romano a cuenta del favor para con mis hermanos, pero la falsa clemencia de César me engañó. Si, si, perdonó a mi pueblo y a los traidores eduos, por conveniencias políticas. La revuelta dirigida precisamente contra la oligarquía aliada con el invasor vuelve a gobernar en mi nación.

Esos bravos reunieron a los últimos galos libres en la fortaleza de Uxelodunum, un nido de águila de inexpugnable asedio. Claro que también eran inexpugnables Avarico, Gergovia o Alesia, me diréis...

Abandonados por todos, con no pocas dificultades consiguieron aprovisionarse y resistir, hasta que llegó César.

Como en Avarico, como en Alesia, como siempre, no fue la espada lo que derrotó a mi gente, fue el zapapico. Horadaron la montaña, construyeron una galería, una especie de túnel de mina, para cortar la provisión de agua de la única fuente que suministraba la ciudadela.

Mis bravos resistieron hasta el asalto final. Drapeto cayó prisionero y aunque Lucterio logró huir y llegar a Auvernia fue apresado por los oligarcas, temerosos de las represalias del romano, y entregado a éste. Ambos fueron decapitados. El resto de combatientes los dejaron marchar a sus hogares, privados de su mano derecha, mutilados.

Esa muestra de brutalidad y ponzoñosa venganza pesó y pesará sin duda en el ánimo de todas las gentes de la Galia. No hay familia que no cuente con un mutilado, tullido o muerto entre sus parientes y pueblos enteros han sido exterminados por el romano. Dudo mucho que sea posible levantar ningún ejército en la Galia, ni siquiera en tan aciagos días para Roma.

Vercingetórix, el último de los arvernos libres.

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