La Galia 702 a.u.c. (52 a.d.C)
Querida madre:
Mi instrucción avanza, se acabaron las caminatas, ahora alternamos la instrucción con armas, no tengas cuidado, son toscas espadas de madera, muchísimo mas pesadas que las de verdad. Lo sé pues comparadas con la falcata que me ha forjado padre pesan el doble. No hay riesgo de que nos hiramos entre nosotros y por el contrario cuando llegue el momento de la batalla dudo que nuestros brazos no se hayan anquilosado. Atacamos gruesas estacas clavadas en tierra, nos enseñan a atacar de frente, cubiertos tras el escudo, a evitar los arcos con la espada, lanzamos pesadas jabalinas de madera, cada día nos ponen blancos mas lejos, a los que debemos acertar.
Tan solo descansamos de la instrucción con dichas armas, para desfilar, una y otra vez practicamos el orden abierto, el cerrado y las diferentes tácticas de acuerdo con el cornetín de ordenes. De la eficacia de dichos movimientos depende nuestra propia vida y la de los camaradas.
Nuestros enemigos carecen de táctica alguna, en particular los infantes galos no son mas que una masa vociferante, incluso me han contado que en el pasado peleaban completamente desnudos, tan solo con una larga espada en una mano, un pequeño escudo en la otra, así creían demostrar su valor. Hoy en día los jefes visten armadura completa, pero César desprecia usar la infantería gala por indisciplinada y poco de fiar.
Hoy nuestro centurión, un hombre animoso, nos ha dicho que los guerreros de los tiempos antiguos, en primer lugar, se hacían a si mismos invencibles y entonces aguardaban un momento de vulnerabilidad por parte del enemigo. La invencibilidad depende de uno mismo, pero la vulnerabilidad del enemigo depende de él.
Nos han dicho que pronto cobraremos.
Recibe un beso y un fuerte abrazo. Con todo mi cariño.
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