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sábado, 6 de marzo de 2010

ALESIA, novela histórica epistolar

La Galia, 702 a.u.c. (52 a.d.C)

Mi muy querida madre:

Mucho deseo que te halles bien de salud. Aprovecho el viaje de un tribuno con una de las caravanas que traen estaño de la Britania para hacerte llegar noticias nuestras.

Tanto padre como yo nos encontramos bien de salud.

La situación aquí es tranquila, no debes alarmarte por las noticias de revuelta en las Galias.

Me he alistado. Espero que eso no te incomode en demasía, en casa ¿qué futuro me espera?, yo no valgo para cultivar la tierra, en cambio te prometo enviarte cuantos prisioneros atrape. Sé que un par de esclavos irían bien al trabajo de la hacienda y quizás te compensen por mi marcha.

Mi padre nada tiene que ver en mi decisión, él también se ha disgustado, su deseo habría sido que aprendiera sus oficios, alguno, cualquiera, pues además de buen carpintero, es un excelente herrero, picapedrero y albañil, pero detesto trabajar con las manos, sea para cultivar trigo, manejar argamasa o cincelar el hierro en la fragua. Destacaré como soldado y ambos estaréis orgullosos de mi.

He conocido a Cayo Julio César, me ha parecido un hombre sencillo y honrado. Sus hombres le quieren con fervor y tan solo esperamos sus ordenes... Me he alistado en una de las legiones nuevas que ha traído con él, se trata de la V, casi todos sus integrantes son galos de la Cisalpina, muchos helvecios y algún traspadano.

Puedes enviarme algo de ropa de abrigo a la Legión V, de momento carecemos de una divisa y también de un campamento fijo, pero el invierno promete ser duro en extremo, apenas ha comenzado el otoño y la nieve ya cubre la campiña.

Te añoro mucho...

El rancho se deja comer, nosotros mismos preparamos nuestras comidas, de ahí que nos veamos limitados por nuestros escasos conocimientos de cocina y a las existencias del deposito de la Legión. No es que nos falte de nada, hay buenas provisiones de trigo y aceite, pero los reclutas somos los últimos en recibir nuestra parte. Tampoco disponemos de dinero, como los veteranos, para comprar algo de comida a los lugareños, pero nos vamos apañando.

Los entrenamientos son en extremo duros, antes del alba tocan diana para despertarnos. Desayunamos y al primer toque de corneta levantamos las tiendas de campaña donde hemos pernoctado. Al segundo toque la mitad de los hombres recogemos tiendas y equipo que debemos sujetar sobre las mulas, unos bichos ariscos siempre dispuestos despabilarnos con una coz o un mordisco. Mientras la otra mitad levantan las empalizadas y deshacen terraplenes y fosos. Al tercer toque el heraldo pregunta si estamos preparados para partir, voceamos que si al unísono y nos ponemos en camino. Caminamos y caminamos, jornadas enteras, la meta de la marcha parece carecer de importancia, la pretensión de nuestros centuriones es andar veinte millas en cinco horas, pero cargamos con tal cantidad de bagaje que dudo mucho que dado el caso, pudiéramos entablar combate de tan impedidos como marchamos. Nos obligan a carretear armas que no hemos usado nunca, espada, jabalinas, lanzas, un escudo descomunal, cada uno llevamos una armadura completa que jamas hemos vestido aún, aunque ganas no nos faltan. Llevamos cada uno tres estacas, con las que al final de la jornada montamos una empalizada alrededor del lugar destinado a acampar. Si madre puedes creerlo, después de marchar todo el día, levantamos una empalizada capaz de acogernos a todos, la bordeamos con un profundo foso, levantamos las tiendas de campaña y solo entonces, los que no tengamos que cumplir un turno de guardia podemos descansar y comer algo que nosotros mismos preparemos, si, pues entre el equipaje también llevamos además de las herramientas necesarias para cavar fosos y trincheras, utensilios de cocina, provisiones para varios días y una reserva de agua.

He crecido, padre dice que me estoy desarrollando como hombre, sin duda algo tendrán que ver las severas caminatas y el "cariño" en el trato que nos dispensan los centuriones. No solo caminamos, también practicamos ejercicios diversos: carreras, saltos, lucha. He aprendido a montar a caballo y a nadar sin miedo, tendrías que verme vadear un río salvaguardando el equipo sobre mi cabeza. Lo hemos ensayado en varias ocasiones, para vadear un río una fila de jinetes se coloca río arriba, tan juntos como pueden, a fin de frenar la acometida de las aguas, otra fila lo hace río abajo para recoger los pertrechos que arrastre el agua, a fin de no delatar nuestra presencia al enemigo y nosotros, los infantes, cruzamos tan rápido como nos es posible. Empapados, helados, tiritando, la marcha continúa...

Pronto, todos lo estamos deseando, nos iniciaran en los ejercicios con armas. Tan solo ha habido dos bajas en nuestro grupo, el servicio a Roma no es para blandos ni pusilánimes.

En cuanto cobre la primera paga te la haré llegar.

Con cariño, tu hijo Marco.

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