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domingo, 20 de diciembre de 2009

ALESIA, novela histórica epistolar

Cárcel Mamertina, Roma 707 a.u.c (47 a.d.C)

A la divina reina de Egipto:

Oso dirigirme a ti, excelsa encarnación de Isis, como hijo del noble Celtilo, quien pudo ser, de no mediar la mano asesina de su propio hermano, rey y aunque no pretendo en modo alguno comparar, ni siquiera remotamente, mis terrenales raíces con tu divina estirpe, otórgame graciosa licencia para implorar tu ayuda.

Mi nombre carece de importancia, todos, amigos y enemigos me conocen como Vercingetórix, los romanos lo traducen como: "el rey supremo que combate al enemigo", o bien como "jefe de cien jefes".

La alteza de mi padre no aporta el menor grado de realeza a mi sangre pero eso tampoco menoscaba mi autoridad entre los míos.

Mi padre si hubiera sido un gran rey, pero la codicia de unos pocos le hizo asesinar. Al igual que yo mismo, él, intentó oponerse a las prerrogativas de un puñado de nobles avariciosos, protegidos y aupados al poder por Roma, y cuando los denomino "nobles" no me refiero a su talla moral, sino a su propia presunción de inmejorable linaje.

En los tiempos que corren, el pueblo extraña una mano firme y decidida, una testa coronada. El legendario Bituito fue el último rey de los arvernos. Combatió a Roma mezcladas sus huestes con los vecinos alóbroges y a punto estuvieron de expulsarlos de nuestras tierras. El cónsul Domicio invito al rey a unas conversaciones de paz, a las que acudió Bituito cegado por su propia nobleza. El traidor romano le encadenó y aunque el Senado desaprobó la felonía, en vez de liberarle, lo mandó a morir de hambre a la fortaleza de Alba.

Unos pocos años después, para borrar la memoria del último rey, la última rebelión y como muestra del poder opresor de Roma, construyeron la vía que une la Italia con la Hispania y la llamaron Domicia en honor y recuerdo del traidor.

En realidad soy el último caudillo de los galos libres. Y mas que hablarte de mí sea mas conveniente explicarte como es mi gente... Pero todo a su debido tiempo...

Oso escribirte desde la lóbrega mazmorra en la que me hallo preso, en la cárcel Mamertina, apenas un agujero excavado en la roca viva, y suplico de tu benevolencia no rasgues ni arrojes esta carta hasta haberla leído. Favor que espero recibir de tan excelsa persona. Pues no es de la derrota de un hombre de lo que deseo hablarte, no, ni siquiera aunque ese hombre represente a una raza en extinción, la de los hombres libres, si, pues aunque hoy tu reino goce del estatuto de "Estado Asociado", me han dicho, Roma no tardará en esclavizar a Egipto, como lo ha hecho con las Galias y antes con cuantos pueblos y civilizaciones han sido apetecidos por la codicia de sus mercaderes. Para Roma tan solo existen súbditos y pueblos a los que explotar, su voracidad no conoce parangón...

Por mi rebeldía, por defender la libertad de los míos me hallo condenado a muerte.

La perdida de la libertad conlleva la perdida de las costumbres propias, el vencedor impone su cultura, sus dioses, su forma de entender la vida...

No temo la muerte, todo final no es mas que un principio. La muerte solo es un cambio y no imploro por mi vida, esta vida, lo hago por mi honor. Una muerte honorable alentará a mi alma a instalarse en un cuerpo digno de servir a mi pueblo. ¿Qué menos para un rival vencido en abierto y leal combate que una muerte con honor?

Ambos somos de semejante edad y me anima a escribirte las varias circunstancias que en común parecen darse entre nosotros. Por cierto no quiero avanzar mas cuestiones sin felicitarte por tu reciente maternidad. Te expreso los mejores deseos y pido a los dioses te sean propicios y permitan crecer con salud a tu hijo. Tal nacimiento habrá colmado de orgullo, me dicen que lo anhelaba desde antiguo, a su padre Cayo Julio César.

No me creas presuntuoso, hoy privado de libertad y quizás en breve de la vida, por atribuirme común circunstancia con quien hoy goza de los favores del dueño del Mundo, aunque estoy seguro que es él, quien disfruta de placeres reservados a los mismos dioses.

Tú, divina reina de Egipto, has debido luchar por el trono de tu país contra tus propios hermanos, yo tuve que hacerlo contra mi tío, culpable de la muerte de mi padre y de mí mismo de no huir furtivamente. Como ya dije me considero el último caudillo de los galos libres, pues tras la rendición, si rendí mis armas a César, acepto la humillación que supone tal... Bueno mas adelante tendré ocasión de explicar las circunstancias. La cuestión es que tras la batalla de Alesia, la Galia no es lo que fue y ya no lo será jamás.

Del mismo modo opino que tú eres la última reina de la dinastía tolemaica, debido al enamoramiento y tu juventud quizás no comprendes aún la avidez de Roma por dominar todo el mundo conocido.

Como ya he mencionado me hallo preso, como resultado del adverso devenir de la que todos conocen como Guerra de las Galias y yo calificaría como de "conquista" de las Galias, en la cual César se cubrió de gloria y yo de ignominia,

Se ha dicho que un alzamiento de las tribus galas contra la "autoridad" de Roma fue el inicio de la rebelión, ¿pero qué autoridad es esa?, quien otorga esa prerrogativa frente a hombres libres? No te voy a hablar de "lo que se ha dicho", pues eso ya lo conoces y carece de interés.

Te dije que iba a presentarte a mi gente como medio de darme a conocer y mejor manera que atiendas mi suplica, si pues eso es en definitiva esta misiva y esa su finalidad última: suplicarte ayuda. Y pienso que la manera de ser atendido es que conozcas al suplicante.

Pertenezco a la noble raza de los arvernos, el pueblo mas numeroso, rico, influyente e importante de la Galia y Auvernia es nuestra tierra. Nada que ver con tu reino, el árido Egipto, supeditado a la crecida de un río. En mi patria gozamos de muchos ríos, no pocos lagos. Tierra de montes bajos de cimas redondeadas y suaves mesetas, cubierta de fértiles huertas, hermosos robledales y hayedos. En sus landas pastan numerosas reses.

Gergovia su capital, inexpugnable, el mismo César debió levantar el sitio y abandonar su asedio no sin dejar sobre el terreno los cadáveres de sus mejores hombres .

De ella salí huyendo de la felonía homicida de mi tío Gobannicio. Reuní un grupo de partidarios y con ayuda de los druidas me erigí en líder de mi pueblo. Los druidas, debería hablarte de ellos pues son el alma de mi pueblo, aunque me han dicho que en tu nación la clase sacerdotal goza de grandes privilegios... y mas que darte a conocer tan respetable casta, mi intención es mostrarte mi legítima llegada al poder. No soy un sobrevenido, ni un advenedizo, como alguno ha pretendido en los áridos días de la derrota...

Pero debo concluir aquí mi relato, que no sea atendida mi demanda por lo farragoso de su exposición. Quedo a la espera de tu amable consideración y respuesta, no sin reiterar de nuevo mis felicitaciones y mejores deseos.

Vercingetórix, jefe ungido de los galos libres.

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