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domingo, 13 de junio de 2010

ALESIA, novela histórica epistolar

Cárcel Mamertina, Roma 708 a.u.c. (46 a.d.C.)

Divina señora:

César despreció el sentido de mi rendición. Entre los pueblos galos es un honor la muerte en combate, no así en cautiverio, nada mas indigno que la vergüenza del patíbulo.

Montado en mi caballo, vistiendo mis mejores armas y galas, salí de Alesia, ¡Alesia, Alesia!, lo que pudo ser y no fue... Me dirigí hacia el campamento romano donde ondeaba el estandarte de César, allí me esperaba él, orlado de escarlata, coronado de laurel, en pie sobre un atrio. Sobre mí las miradas de los miles de soldados que tan fieramente me habían combatido. A pesar de la multitud, ni una voz, ni un suspiro, tan solo las miradas de hielo, miradas de hiel...

Dije a César, con mi persona te entrego las tierras, las gentes y sus bienes materiales, adminístralos con justicia. Te obligas por este acto a conservar nuestra forma de vida, nuestra cultura, nuestras leyes y fueros. Nuestro espíritu, nuestros dioses, héroes ancestrales, creencias y tradiciones deben prevalecer sobre la imposición de los vuestros, así debe ser.

Pero en vez de aceptar y respetar los dones que yo le entregaba con mi sacrificio, sin duda César es incapaz de asumir tal responsabilidad o sea inmune a la clemencia y la buena voluntad, interpretó todo eso como simple superchería. Me encadenó como a un perro y me encerró en una jaula, para que todos pudieran verme, vencido.

La venganza de Roma, de César, ha sido de tal magnitud, tan elevada la cuantía de los tributos que agobian a mi gente que dudo que algún día recuperemos la prosperidad de mis antepasados.

Divina Cleopatra, ¿dónde te hallas, que me has olvidado?

Vercingetórix.

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