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domingo, 11 de julio de 2010

ALESIA, novela histórica epistolar

Italia 705 a.u.c. (49 a.d.C.)

Si, madre a riesgo de contrariarte, sé que censurarías agriamente mi decisión, he cruzado el Rubicón con mis tropas.

Los tribunos de la Plebe fueron agredidos, escaparon de milagro con vida, aunque su cargo les otorga inviolabilidad... Aunque no te tengo delante, estoy viendo esa mirada tan cargada de reprobación que me exaspera y sin embargo tienes razón.

Marco Antonio y Quinto Casio se han refugiado en mi campamento y ahora marcho camino de Roma con apenas dos cohortes. Si, las legiones me siguen a marchas forzadas pero estoy tan seguro que las ciudades se abrirán a mi paso que no temo un enfrentamiento cruento.

La XIII inverna en la Cisalpina, unos destacamentos de dicha legión han cruzado el Rubicón, y he mandado llamar a la VIII y XII.

He enviado a Marco Antonio por la Emilia Casia, y yo bajo por la Pompilia Flaminia desde Rávena.

Si tuviera la oportunidad de reunirme con Pompeyo, estoy convencido de alcanzar un acuerdo que evitara esta guerra. Ya conoces a ese hombre, un general de mediana capacidad, de talento vulgar y de escaso valor. La Suerte ese demonio pérfido, lo ha colmado de sus constantes favores durante treinta años. Empresas tan fáciles como brillantes, laureles plantados por otros y por él solo recogidos, todo le ha sido dado, todo, hasta el poder supremo, puesto en realidad en sus manos únicamente para suministrar el mas escandaloso ejemplo de falsa grandeza que registran los anales...

No me cabe en la cabeza, madre, de nuevo los hijos de Roma, destrozándonos en una guerra civil, ¿acaso nadie recuerda los desmanes de Sila?

Mis agentes en Roma me informaron de las causas preparadas contra mi persona, en cuanto hubiese concluido mi proconsulado mis enemigos me habrían juzgado y condenado, por cualquier causa o crimen, cometido bajo mi mandato. La única forma de evitar esa infamia era ser elegido inmediatamente cónsul, pero Pompeyo, mi amado yerno intrigó con Catón y esa caterva de reaccionarios para obligarme presentarme a las elecciones, anularon el decreto que me eximía de la asistencia y anularon la concesión de la ciudadanía romana a mis colonias. Algo inaudito. ¿Cómo pretenden que licencie mi ejército y me presente en Roma, libremente a las elecciones, sin temer por mi persona?

El pasado siete de enero el Senado aprobó el decreto por el cual se faculta a los cónsules para que tomen las medidas oportunas que aseguren la seguridad de la República. Esto significa la guerra, madre. Te prometo hacer cuanto este en mi mano por evitar el derramamiento de sangre.

De los míos tan solo Labieno, el visceral Labieno, se ha pasado al otro bando. Labieno, siempre celoso, excelente militar, aunque envidioso nunca dudé de su lealtad. Todos me advirtieron de las intrigas, conspiraciones y conjuras, ¿qué podía hacer yo sino confiar que mi fiel lugarteniente no sucumbiera a los falaces cantos de sirena pompeyanos...

Debo decir en su favor que le debo la vida, me salvo en la batalla del río Sambra contra los nervios.

Estábamos acampando, cuando fuimos atacados de improviso, apenas mis hombres tuvieron tiempo de cambiar el azadón por la espada, muchos combatían con la cabeza descubierta y peleaban allí donde se hallaran. La bravura del enemigo nos intimidaba sin impresionarnos, Labieno en un alarde de coraje contraatacó por la izquierda y los puso en fuga, persiguiéndolos mas allá del río. En el centro también fue rechazado el enemigo cuesta abajo causándoles grave daño, pero en el ala derecha, donde me hallaba, fue arrollada por los nervios, debido a su elevado número. Los aliados galos que debían ayudarnos, huyen a rienda suelta viendo a César rodeado y superado. Armado de escudo corrí espada en ristre a primera línea, mis hombres hombro con hombro, siguen mi ejemplo y no tardamos en contener a la marea enemiga. Enterado Labieno de mis apuros, no dudó en enviarnos a la X legión, la cual atacó por la retaguardia enemiga. Los nervios, lucharon con igual denuedo al verse perdidos que cuando se creían vencedores, pisando los cadáveres de los suyos se dejaron acuchillar hasta el último.

Toda esta perorata es para demostrarte que en algún momento, si no afecto, Labieno me profesó lealtad y como buen militar nada puedo reprocharle. De ahí que haya enviado su equipaje y sueldo a su casa en Roma. Si decidiera volver a mi lado, le acogería con afecto e indulgencia.

No pretendo alcanzar con estas hostilidades ningún privilegio u honor al que no sea acreedor. He conquistado las Galias y pacificado las tribus belgas a mayor gloria de la República y tan solo espero que se reconozca el esfuerzo en vidas y recursos.

Alguien afirma haberme oído pronunciar los versos de Eurípides: “si hay derecho que violar, violadlo para reinar, pero respetad las demás cosas”. Esas palabras las dijo el poeta, no yo.

Con cariño tu hijo, Cayo

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