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domingo, 1 de agosto de 2010

ALESIA, novela histórica epistolar

Egipto 706 a.u.c. (48 a.d.C.)

Mi muy querido Marco Antonio:

¿Qué tal marchan las cosas por casa? Imagino que mal, como siempre.

Te escribo a bordo del Thalameges, un barco de la reina Cleopatra, quien se ha ofrecido a mostrarme los encantos de su país y los mas ocultos parajes. Sé que te estás sonriendo al tiempo que elucubras los mas lascivos pensamientos que caber puedan en mente tan calenturienta como la tuya, pero todo cuanto imagines te quedas corto. El crucero esta resultando de lo más instructivo. Cleopatra es una joya de anfitriona.

La primera joya que recibí al poner pie en esta tierra fue un anillo, ahora mismo mientras te escribo lo contemplo: un león sostiene entre sus garras una espada. Lo has adivinado es el anillo de Pompeyo.

Me lo entregaron junto con su cabeza. Un escalofrío me hiela la sangre con solo recordarlo. Pompeyo el Grande, uno de los mejores romanos, reducido a una cabeza sangrante, un despojo agusanado. Deploro su muerte, saberle a merced de eunucos, mercenarios, retóricos, asesinos traidores a sueldo de un bárbaro...

Te habrán llegado noticias de la revuelta en Alejandría. Las gentes heridas en su orgullo, tanto como el erario público por nuestras exigencias; tan solo pretendía cobrar antiguas deudas y si disponían de capital para apoyar a los pompeyanos, justo es que cumplieran con sus obligaciones para con el Tesoro romano. Pero los eunucos de palacio, verdaderos mandamáses en esta decrépita nación, enviaron a la Casa de la Moneda, con todo el alarde y ostentación de la que fueron capaces, los tesoros de los templos y la vajilla de palacio, una maravilla en oro y plata, para poderlos fundir y pagar la dichas deudas.

Con suma facilidad soliviantaron al pueblo mostrando “el talante codicioso de los invasores, etc, etc”. Haciendo correr el bulo que habíamos incautado todo el trigo de los silos reales, acrecentando la hambruna causada por años de latrocinio del clero y la nobleza.

Hicieron creer al pueblo lo insoportable que podía ser la visión de sus soberanos comiendo en platos de madera en vez de oro. Una humillación al pueblo llano de Egipto perpetrada por el expolio romano.

En vano entregué el gobierno de Chipre a Arsínoe, de nada valió casar a Tolomeo con Cleopatra. Teníamos todo el derecho a arbitrar la sucesión al trono egipcio amparados por el testamento del último faraón, el Auletes, confiado a Roma como garante de su voluntad. Así y todo la guarnición pompeyana se alzó en armas y arrastró a los descontentos y por fin a toda Alejandría. A duras penas nos mantuvimos en la ciudadela aguardando a las legiones de Siria.

Por fin el bravo Mitríades llegó ante Pelusa y se apoderó de la ciudad sin llegar a completar el cerco siquiera. Después remontó el Nilo por el camino de Menfis, se le unieron numerosos adictos entre los judíos establecidos en la comarca. A su vez los egipcios, con su rey Tolomeo al frente, también remontaron el Nilo y se presentaron ante Mitríades en la ribera derecha del río. Entablada la batalla, Mitríades demostró su valía e instrucción y venció. Percibidos de la presencia amiga tan cerca, embarqué las tropas que pude y salí a su encuentro. Cruzamos el lago Mareótico, le dimos la vuelta, llegamos al río y unidas mis fuerzas a las de Mitríades, entramos en el delta, donde se había refugiado el rey con los restos de su ejército. Sin perdida de tiempo atacamos el campamento real. Este se hallaba bien parapetado al pie de una altura cerca del Nilo, separado por un calzada y rodeado por marismas y pantanos infranqueables. Mis hombres atacaron de frente y de flanco a lo largo de la calzada, mientras los de Siria tomaban la altura y atacaban desde atrás.

La victoria fue completa, los que no perecieron por la espada se ahogaron en el Nilo buscando vana salvación en la escuadra real, como el mismo Tolomeo, intentó la huida en una barca sobrecargada de soldados y desapareció en las aguas del río.

Apenas concluida la batalla volví contra Alejandría, atacando por la parte dominada por los egipcios, cuya resistencia se vino abajo apenas divisaron nuestros estandartes. La población nos recibió enlutada, de rodillas, con sus ídolos en las manos, suplicando clemencia, implorando la paz y algo de comer.

Como ya hice con los masaliotas, he perdonado a los alejandrinos, he organizado una guarnición de confianza y he puesto al mando al valiente Rufio, ya le conoces, excelente soldado. Cleopatra reinará y Arsínoe ya va camino de Roma, para impedir futuras rebeliones.

Pronto estaré de vuelta.

Cayo Julio César.

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